Se trata de la historia de tres simpáticos cerditos, que eran hermanos y tenían cierta gracia. Walt Disney, con su habitual desparpajo, la explotó comercial e ideológicamente a tope. Pero tanto él como sus antecesores falsearon los datos verdaderos, porque intentaban inculcar en los niños la idea de que hay que trabajar mucho, y tener casas de las que hacen habitualmente los promotores inmobiliarios, para ser gente respetable y estar a salvo de los depredadores (a salvo incluso del lobo: no decimos más). Todos sabemos que las cosas no son así, pero el cuento tuvo cierto éxito. Ha llegado el momento, sin embargo, de contar la verdadera historia de los tres cerditos (extremeños casi con total seguridad, para más señas).
Es un cuento muy conocido. No sólo en sus versiones primitivas (de James Orchard Halliewll-Phillipps, Joseph Jacobs o Andrew Lang, todos ellos del siglo XIX), sino también, y sobre todo, en la de Walt Disney de 1933. Ya saben: tres cerditos hermanos, y cada uno hace su casa. Una de paja, otra de madera, otra de ladrillo. El más pequeño la hace de paja, a su bola (sin proyecto, claro), para perder poco tiempo y poder jugar y dedicarse a sus cosas. El del medio no es tan irresponsable, pero también quiere irse a jugar cuanto antes y tener tiempo para vivir la vida. El mayor, mucho más serio, seguramente aburrido, enormemente responsable, la hace de ladrillo. El lobo (malo malísimo) va de casa en casa derribándolas con su soplido, y los hermanillos corren hacia la casa del mayor, que los acoge. El lobo (malo malísimo) no puede demolerla, intenta entrar por la chimenea y acaba escaldado. Conclusión primera: hay que trabajar más y jugar menos, no seáis zánganos. Conclusión segunda: la construcción en ladrillo es mejor que en paja.
Ha llegado el momento de adaptarlo a los tiempos, contando la verdadera historia y superando los prejuicios interesados que subyacen en la tradicional. El cuento precisa de una profunda actualización, una conveniente puesta al día que podría ser la siguiente. Veamos: eran tres cerditos que vivían en una granja donde les engordaban para llevarlos enseguida, todavía lechales, a un mesón de Segovia. Naturalmente, en cuanto pudieron se escaparon y construyeron sus casas para vivir. Uno, siguiendo la publicidad que inundaba la prensa y atendiendo a lo que le decía el gobierno de la granja, y cumpliendo escrupulosamente la legislación, la hizo en ladrillo. Creía que era una buena inversión, que le daría seguridad para el futuro. Era muy listo (o se lo creía) e hizo, en consecuencia, una casa inteligente. Le llevó muchísimo tiempo y dinero, y le acabó amargando el carácter.
Un segundo hermano prefirió comprarse una casa prefabricada de madera. Sueca, por supuesto. No quería complicarse la vida con las exigencias de una construcción en suelo no urbanizable, de difícil legalización, pero siempre podía evitarse problemas con una construcción “provisional”. El problema fue que resultó carísima. El tercer cerdito era un poco más desastre que los anteriores. Era a la vez cerdito y oveja. Negra, para ser más exactos. La oveja negra de la familia. Se construyó su casa con paja: una inversión mínima en dinero y en esfuerzo.
Bien. Como sabemos, pronto llegó el lobo. Trabajaba para un banco. Llamó a la puerta del hermano mayor y le reclamó la hipoteca. Se nos olvidaba decirlo: el lobo era algo pariente de los cerditos, pues además de lobo era un auténtico cerdo. Le acabó echando de su preciosa casa de ladrillo (¿hemos dicho que era inteligente?). Tuvo que irse a buscar refugio en la casa del hermano del medio (si los tres cerditos fuesen los Chichos sería el de Estopa). Pero tuvieron problemas: la casa no era tan fácil de adaptar como pensaban, los gastos eran importantes y finalmente su condición provisional se hizo valer. Tuvieron que irse ambos, un tanto cortados y deprimidos, a la casa de paja del pequeño. Una vez allí, el lobo intentó cobrarles a los tres algo… pero no había nada que cobrar. Por mucho que sopló y sopló… no hubo manera de que cayesen en sus redes. Los reducidos ingresos que tenían los dedicaban a vivir, y no a pagar la vivienda. En su casa de paja los tres cerditos fueron felices.
Me encantó la historia, esta contada para adultos, me gustaría replantear una versión a los niños. Yo que me dedico a la construcción natural, me he topado mucho con personas que traen muy profundo el concepto de que la tierra y la paja se derrumba, por que desde niños nos contaron esta historia.
Excelente!!